Áncora

Devocionales presentados de forma sencilla

  • Verdadera autenticidad

    Recopilación

    [True Authenticity]

    Hay algo que me molesta con la autenticidad. Ya sé que suena mal, como si dijera: «Odio los gatitos». O la luz del sol. O la felicidad. Al fin y al cabo, la autenticidad es un término bello, suave, un comodín. Todos la quieren. A todos les encanta. ¿Qué más se puede pedir?

    Examinemos estos memes sobre la autenticidad:

    Al elegir ser el yo más auténtico y amoroso, dejamos un rastro de magia donde sea que vamos.

    Nada es más hermoso que tu auténtico yo.

    Las personas fieles a su auténtico yo han encontrado el secreto de la máxima felicidad.

    Como he dicho, encantador. Sin embargo, ¿qué significa realmente la autenticidad? Nuestra cultura dice que la autenticidad es ser fiel a ti mismo. Eso está bien si tu verdadero yo es una hermosa princesa de cuento. Pero ¿si eres un sapo rugoso? […] ¿Debo ser fiel al yo que dice: «Olvídalo todo, excepto lo que me hace sentir bien»? ¿El yo que no piensa en el arrepentimiento, la incomodidad o un Dios crucificado?

    Claro, puedo ser fiel a ese yo. Pero no dejará un rastro de magia. Incluso el mundo lo entiende. Esto es lo que el mundo dice en realidad:

    Sé tú mismo, mientras ese yo no esté estresado, ansioso, con miedo o cansado.

    Sé auténtico, pero solo si lo haces pasar por un filtro.

    Sé bella, pero solo de estas formas prescritas.

    Viaja, pero no des un paso en falso, asegúrate de dirigirte a donde van todos.

    Parece que independientemente de lo mucho que el mundo celebre la autenticidad, no sabe cómo encontrar lo verdadero. A menudo, mientras más auténticas parecen las personas, menos lo son. Pensemos en quien publica en Instagram y dedica mucho tiempo a preparar su selfie «sin maquillaje», el que desnuda su alma como una técnica para encontrar chicas, o el que vende estilo chic informal como una marca.

    Hay algo bueno en nuestro deseo de autenticidad. Estamos cansados de las máscaras y queremos ser reales. Pero ¿y si la autenticidad se ha convertido solo en otra máscara, otra más para ocultar nuestros pecados? Mientras el mundo me dice que busque validación para mi yo auténtico, el evangelio me dice que busque el perdón de Jesús para mis pecados inexcusables. Hay una gran diferencia.

    Sin embargo, cuando entendemos esa diferencia, se abre algo estupendo: la oportunidad de dejar de actuar. Con Jesús puedo dejar de fingir que soy buena; hasta puedo dejar de fingir que soy auténtica. Me conoce y me ama alguien que no hace la vista gorda ante mis pecados ni los considera que son la arena que hace la perla. Soy amada a pesar de como soy, y en el poder de esa gracia puedo salir al mundo.

    Nada que demostrar, nada que esconder, nada que perder. Rescatada, sanada, recuperada y perdonada; eso es mucho mejor que ser «auténtica».  Emma Scrivener1

    Un montón de nada

    ¿Alguna vez has comido algún pastel que tiene más crema dulce o relleno que bizcocho? Cuando me sirven algo así, por lo general quito la parte de arriba y solo como el bizcocho. La parte de arriba es de todos modos algo adicional y prefiero la parte sustanciosa, el bizcocho de chocolate. Hay panes que tampoco me sientan bien, los que se disuelven en la lengua, como si no existieran. Al igual que hay pasteles y panes que tienen un montón de algo que no hace falta, hay ciertas comunicaciones que son así.

    Hablo de las conversaciones en las que mencionamos algún nombre y nos expresamos de tal forma que nos hace parecer mejores a los ojos de quien nos escucha, o cuando exageramos logros y otras circunstancias para parecer más atractivos a los demás. En esos casos, queremos proyectar una imagen falsa, una imagen que queremos que los demás tengan de nosotros.

    Cuando no somos auténticos en nuestras comunicaciones, cambiamos lo sustancioso por azúcar y crema, y hay un límite a lo que uno puede consumir de esos productos. Lo opuesto de una comunicación en que se encubren las cosas es cuando uno revela cómo es en realidad; es ser auténtico en las impresiones que da y la imagen que refleja.

    En la Biblia se habla de alguien que sabía algo acerca de ser auténtico. A Juan el Bautista no le interesaba cómo lo vieran otras personas. Vestía pieles, comía insectos y miel; y probablemente nunca se afeitó. Siguiendo esa línea de pensamiento, me imagino que delante de los demás nunca intentó parecer diferente de quien era.

    Una vez, cuando la gente se reunía para verlo, los saludó así:

    —¡Camada de víboras! —dijo—. ¿Quién les advirtió que huyeran del castigo que se acerca? (Lucas 3:7).

    Algunos de ellos podrían considerarse actualmente como admiradores de un gurú; sin embargo, Juan no embelleció su mensaje para que les resultara más fácil de aceptar, ni se enalteció cuando le preguntaron si él era el Cristo. En cambio, respondió con franqueza: «Uno más poderoso que yo, a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias» (Lucas 3:16).

    Es posible que esa haya sido la razón por la que muchos fueran a verlo. Hablaba la verdad en todo momento y se ganó la confianza de ellos. Incluso después de que dijo todas aquellas palabras duras, le preguntaron: «¿Entonces qué debemos hacer?» (Lucas 3:10).

    En una sociedad inundada de publicidad y engaño, destacan los que defienden su fe cristiana y sus convicciones, como Juan el Bautista. Y nos atraen las personas que no tienen miedo de ser ellas mismas. No recomendaría que vistiéramos pieles ni comiéramos insectos para dejar claro lo que pensamos (si no es lo que Dios te pide que hagas, es una farsa, y eso no es ser una persona auténtica). En cambio, hablo de tener el valor de ser la persona que Dios quiere que seamos y seguir el llamado que Él nos ha encomendado, lo que naturalmente se extenderá a cómo nos presentamos ante los demás.

    Las personas que admiro y que me inspiran son aquellas que aceptan con sinceridad y valentía ser como Dios las creó, y que no tienen miedo de comunicárselo a los demás. Cuando optamos por transmitir la imagen que Dios tiene de nosotros por encima de la imagen que tal vez tenemos la tentación de crear delante de otros, descubrimos la autenticidad en su máxima expresión.

    Entonces, ¿cómo cultivamos esa autenticidad en nuestra vida? En primer lugar, al pasar tiempo con Dios. Cuando pasamos tiempo con Dios y estudiamos Su Palabra, nos interesamos menos por lo que otros piensen de nosotros y más por ser la persona que Dios quiere que seamos. Nos esforzamos por seguir el ejemplo que nos dio Jesús de lo que significa vivir una vida centrada en Dios.

    He descubierto que al pasar tiempo con Él, el Señor me revela lo que planeaba al crearme, cuando me colocó en el lugar que lo hizo y me dio los dones y talentos que tengo. Conforme me acerco a Él, me indica cómo ser y actuar.

    Segundo, al ser abiertos. Es natural querer que la gente piense bien de nosotros. Puede ser algo natural desear que nos admiren y nos amen, pero una versión inventada de lo que somos jamás será mejor que nuestro verdadero yo. Jesús habló mucho sobre la verdad (Juan 8:32), y como Sus seguidores y los que llevan Su imagen se nos pide que sean veraces y auténticos en nuestra fe, nuestras palabras y nuestros actos.

    Un autor lo expresó así: «La verdadera autenticidad —si se quiere, la autenticidad legítima— no se puede basar en la manera en que nos sentimos; de otra forma, ¿qué ocurrirá cuando mañana sintamos algo diferente? Una autenticidad que se basa en la Biblia debe centrarse en vivir acorde con lo que es verdadero, acerca de Dios y de lo que Dios ha hecho en ti y por ti a través de Cristo»2Aaliyah Williams

    Lo que significa ser auténtico

    ¿Alguna vez has visto un «auténtico» restaurante chino y el dueño se llama Patrick O’Malley? Actualmente lo auténtico es difícil de encontrar… y es igualmente difícil de definir.

    A pesar de todo, para Jesús la autenticidad es importante. En el capítulo doce de Lucas, dijo: «No puedes ocultar para siempre tu verdadero yo; no pasará mucho tiempo antes de que seas desenmascarado. No te puedes esconder para siempre tras una máscara religiosa; tarde o temprano la máscara caerá y se conocerá tu verdadero rostro» (The Message, paráfrasis).

    Una de mis dificultades es […] vivir únicamente los versículos que he destacado en mi Biblia. Los versículos bonitos que me dan consuelo y refuerzan mis preferencias. La última vez que busqué en mi Biblia, el desafío de Cristo: «vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres» (Mateo 19:21) ¡yo todavía no lo había marcado con rotulador para resaltar el texto!

    Al conocer eso de mí, es fácil pensar entonces en lo que significa ser un auténtico cristiano. ¿Significa que deberíamos ser manifestaciones perfectas de Jesús? Si es así, no tengo esperanza.

    No se trata de perfección. Gracias a Dios, Él nos asegura que no, que el cristianismo no se trata de perfección. Más bien, se trata de estar en un proceso sincero de ser más como Jesucristo. Si al leer esto te parece que tienes un desafío, es probable que sea una señal de que apoyas la autenticidad.

    Los cristianos verdaderos no fingen ser perfectos. Pero cuando se equivocan, lo reconocen rápidamente y vuelven a estar en sintonía con Cristo. Entienden la gracia de Dios y también son rápidos para dar Su gracia a los demás. Un auténtico cristiano es el que sinceramente lucha por ser verdadero.

    Para lograr eso, quizá deberíamos adoptar y repetir con regularidad la oración del salmista: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna» (Salmo 139:23,24). Como seguidor de Cristo, necesito preguntarme: «¿Soy auténtico? ¿La vida que llevo es digna de imitar?»

    La sociedad no busca una teoría espiritual. Tampoco nuestros hijos. Anhelan la personificación de lo que significa ser un auténtico seguidor de Jesús, alguien que puede decir: «Camina a la par conmigo, mientras me esfuerzo por caminar a la par con Jesús».  Laird Crump3

    Publicado en Áncora en diciembre de 2025.


    1 Emma Scrivener, The Problem with Authenticity, The Gospel Coalition, 7 de septiembre de 2017, https://www.thegospelcoalition.org/article/the-problem-with-authenticity

    2 Kenneth Berding, Authenticity, The Good Book Blog, 29 de julio de 2022, https://www.biola.edu/blogs/good-book-blog/2022/authenticity

    3 Laird Crump, Understanding what it means to be authentic, Focus on the Family (Canadá), https://www.focusonthefamily.ca/content/understanding-what-it-means-to-be-authentic

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Rincón de los Directores

Estudios bíblicos y artículos edificantes para la fe

  • Vivir como discípulos, 6ª parte: Amar al prójimo

    [The Life of Discipleship, Part 6: Love for Others]

    El mandamiento «amarás a tu prójimo como a ti mismo» tiene su origen en el Antiguo Testamento, en Levítico 19:18. En ese mismo capítulo se amplía el amor al prójimo para incluir también al extranjero: «Como a un natural de ustedes considerarán al extranjero que resida entre ustedes. Lo amarás como a ti mismo» (Levítico 19:34). Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas narran, cada uno a su manera, que Jesús afirmó que este mandamiento es el segundo de los dos más importantes, siendo el primero amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestras fuerzas (Marcos 12:30,31).

    El Evangelio de Lucas dice que tras oír a Jesús proclamar que el amor al prójimo era uno de los mandamientos más importantes, un experto en la Ley le lanzó la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» Claramente estaba tratando de categorizar a algunas personas como no prójimo para excluirlas del alcance de este mandamiento. Jesús entonces contó la historia del buen samaritano para ilustrar enfáticamente que amar al prójimo no es ni mucho menos amar solo a nuestros amigos y a la gente de nuestro entorno, sino que significa también amar a los desconocidos y extranjeros, y compadecerse y cuidar de los necesitados (Lucas 10:25–35).

    Jesús elevó aún más el listón en el Sermón de la montaña cuando exhortó a Sus seguidores a amar a sus enemigos, ya que así serían «hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mateo 5:43–45). Claramente, se nos manda amar sin excluir a nadie.

    Para los que somos cristianos, el elemento fundamental a la hora de amar al prójimo es la conciencia de que a los ojos de Dios cada persona es valiosísima, sea cual sea su edad, su etnia, su sexo, su nacionalidad, su posición económica, sus creencias religiosas, su afiliación política o cualquier otra característica. Dios ama a todos. Ama tanto al mendigo que está en la calle como al hombre más rico del mundo. Es «clemente y compasivo». Su amor es inquebrantable. «Bueno es el Señor para con todos» (Salmo 145:8.9).

    Dios nos pide que veamos a cada persona que Él ha creado a través de Sus ojos, es decir, con amor, sin sesgos, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin caer en estereotipos. El amor incondicional de Dios traspasa toda barrera de raza, credo o posición social y debería determinar nuestra actitud hacia los demás, en particular hacia los que de alguna forma son distintos de nosotros. Nuestra misión como discípulos que siguen las pisadas del Maestro es manifestar a los demás el mismo amor que Él nos ha manifestado. El apóstol Pablo escribió:

    A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los impíos. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena.Pero Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:6–8).

    No es preciso que nos gusten o que nos parezcan bien las creencias, el estilo de vida o las decisiones de los demás. Hay quienes hacen caso omiso de las normas morales de Dios o cometen graves pecados; sea cual sea su estado actual, Dios los ama. Las Escrituras enseñan que todos los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que el amor es de Dios y que Él es amor (1 Juan 4:7,8). El impresionante amor de Dios es nuestro referente. A los discípulos se nos manda emular ciertos atributos Suyos como son Su amor, Su compasión y Su misericordia, igual que lo hizo Jesús. Amar al prójimo es una parte fundamental del discipulado cristiano.

    Amor activo

    Se nos manda amarnos unos a otros como Jesús nos ama. No hay una sola persona que Jesús no ame o que no viniera a salvar. Eso incluye a todas las personas con las que cruzas la mirada, con las que te tropiezas en la calle, de las que oyes hablar en las noticias, las que viven en la puerta de al lado, las que están en la cola del supermercado, las que se sientan contigo en la sala de espera. Cuando amamos activamente a quienes nos rodean, anteponiendo sus necesidades a las nuestras, estamos tomando el maravilloso amor que Jesús ha derramado sobre nosotros y convirtiéndonos en una muestra viva, palpitante y hermosa para la humanidad.

    Verás, aunque muchos creen que el amor no es más que un sentimiento bonito y reconfortante, a los cristianos se nos pide más: se nos llama a actuar. Podemos expresar el amor de Dios prestando atención a los que pasan inadvertidos, amando a los que son poco agradables e incluso siendo tolerantes con las personas difíciles. […]

    Pidámosle hoy a Dios que nos ayude a amar activamente a los demás: a cruzar activamente la calle para ayudar a nuestros vecinos, a cocinar activamente una comida para un amigo necesitado o a visitar activamente un asilo cercano para manifestarles amor a los ancianos. Pidámosle que nos conduzca a lugares a los que quiere que llevemos Su luz y pidámosle valor y fuerzas para compartir Su amor a diario con todos los que nos rodean.  Gini Wietecha[1]

    La clave del discipulado

    El amor es el elemento primordial del discipulado intencional. Según personas que antes no creían, es el rasgo de carácter que más influyó en su decisión de seguir a Jesús. No debería sorprendernos. Jesús manifestaba amor a los demás dondequiera que iba. El resultado es que la gente se transformaba para siempre. Jesús […] se sentía compelido a amar al prójimo, y no permitía que nada ni nadie se lo impidiera. El amor que emanaba de Él producía un efecto en las personas con quienes se encontraba.  Shawn D. Anderson[2]

    Ágape

    En griego clásico se emplean cuatro palabras para expresar el concepto de amor: storge, que significa afecto natural (como el amor de los padres por los hijos); phileo, que se refiere a la amistad o el amor fraterno; eros, que se refiere al amor sexual o apasionado, y ágape, que se emplea en el Nuevo Testamento para referirse al amor no merecido que Dios manifestó al ser humano al enviar a Su Hijo en calidad de Redentor.

    En el Nuevo Testamento, cuando se habla de amor humano, ágape es el amor desinteresado y abnegado. Es la clase de amor que nos motiva a tender una mano a los demás y hacerles bien, a amar al prójimo y anteponer las necesidades ajenas a las propias. Es el tipo de amor que anhela la redención de los que no están salvados y desea ayudar a los necesitados.

    El teólogo italiano Tomás de Aquino (1225–1274) definió ágape como «desearle bien a alguien». Ágape no es una emoción ni un deseo fugaz, sino la decisión de actuar de una manera que contribuya al bienestar ajeno, incluso cuando ello requiere sacrificio personal. Cuando Jesús habla de amar al prójimo, se refiere a la clase de amor que lo impulsa a uno a dar sin esperar nada a cambio, a perdonar a quien ha pecado contra él o lo ha agraviado, y a no escatimar esfuerzos por ayudar. El amor abnegado y altruista al que Jesús se refiere es fruto de la obra del Espíritu Santo en nosotros. Sus raíces se encuentran en los principios de la Palabra de Dios, y debe ser una característica clave de nuestro discipulado.

    Amor abnegado

    Me impresionan las diferentes facetas del sacrificio de Jesús y cómo reflejan el tremendo amor de Dios. También he estado pensando en cómo debería emular yo con mi conducta el ejemplo de amor abnegado de Jesús.

    Su muerte en la cruz es, en cierto modo, una asombrosa ilustración de unas palabras que dijo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). La cruz, la imagen más brutal de la muerte, pasó a ser la ilustración más impactante del amor de Dios.

    ¿Hasta dónde puede llegar Dios para mostrar Su amor? Más allá de lo que podemos imaginarnos. ¿Cuánto puede llegar a dar? Todo.

    Tras realizar la humilde tarea de lavar los pies de Sus primeros discípulos, Jesús les dice: «Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo he hecho con ustedes. Les aseguro que ningún siervo es más que su amo y ningún mensajero es más que el que lo envió» (Juan 13:15,16).

    Jesús dio. Dio enteramente. Su entrega fue un acto de amor divino. También nosotros debemos dar. Debemos dar enteramente. Nuestra entrega debe ser un acto de amor divino. «¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica» (Juan 13:17).  Matt Erickson[3]

    Amar a nuestros hermanos cristianos

    Dios quiere que amemos a toda la humanidad y que exhibamos Sus atributos a diario cuando nos vemos o tenemos trato con otras personas. Pero le interesa aún más que manifestemos amor a los demás cristianos (que la Biblia llama nuestros hermanos), los cuales constituyen el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12,13). Es la clase de amor a la que se refiere Jesús cuando dice:

    Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros (Juan 13:34,35).

    La 1ª Epístola de Juan también habla de la importancia de nuestro amor por nuestros hermanos cristianos. «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos» (1 Juan 3:14). Y también: «En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó Su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos» (1 Juan 3:16).

    A lo largo de las Epístolas se nos insta a ayudar y cuidar a nuestros hermanos, compadecernos de ellos y hacerles el bien. «Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:10). Juan tuvo palabras bien fuertes sobre lo que significa descuidar a nuestros hermanos cuando escribió: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3:17).

    ¿Por qué es tan importante que cuidemos a nuestros hermanos en la fe y les brindemos apoyo tanto espiritual como práctico? Jesús respondió esa pregunta cuando dijo: «En esto conocerán todos que son Mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros». Él quiere que a nosotros, que somos Sus seguidores, se nos conozca por nuestro amor. Amar a los hermanos es un elemento clave del discipulado, de la misión de llevar al mundo la luz de Su amor y del evangelio.

    Pocas horas antes de ser detenido, Jesús rogó a Su Padre que los discípulos, tanto los que estaban con Él en ese momento como todos los que habrían de sumárseles, tuvieran entre sí la misma unidad que había entre Él y Su Padre, «para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado» (Juan 17:20–23). Rezó para que todos Sus discípulos fueran uno; un solo cuerpo, cohesionado por el amor, con una sola fe, una sola misión y un solo sentir en Cristo. Sería imposible que todos los discípulos pensaran igual en todo; pero Jesús rezó para que hubiera unidad entre ellos en lo referente a la fe, el amor, el servicio y la difusión del evangelio por el mundo, en los aspectos básicos de su discipulado. Los cristianos podemos tener diferencias en puntos secundarios de doctrina o fe, pero debemos estar unidos en las creencias fundamentales del cristianismo (la fe en Dios, la salvación en Jesús, la Trinidad, la Biblia como Palabra de Dios y la Gran Comisión de predicar el evangelio).

    Cuando estamos unidos y congregados en Él, Él está con nosotros. «Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mateo 18:20). La presencia de Cristo entre nosotros hace que otros también sientan Su presencia. La alegría y el amor los atraen a Él y constituyen una muestra viva de Su amor por ellos. Es parte del testimonio de los discípulos. También sirve para fortalecernos en nuestro discipulado. En Hebreos dice: «Considerémonos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre; más bien, exhortémonos, y con mayor razón cuando vemos que el día se acerca» (Hebreos 10:24,25).

    Cuando unos discípulos se reúnen para disfrutar de comunión espiritual, Dios se hace presente entre ellos. El Espíritu Santo crea un ambiente vivo y amoroso en el seno del cuerpo de creyentes. Cuando unos cristianos se congregan y tienen comunión unos con otros, se empoderan. El hecho de orar, adorar, contar testimonios, tener conversaciones profundas y disfrutar de la compañía de unos y otros hace que se cree una atmósfera maravillosa que fortalece e inspira a los participantes. Un aspecto de vivir como discípulos es tener comunión con otros cristianos de las maneras que el Señor nos indique teniendo en cuenta nuestra situación personal.

    Se nos pide que amemos al prójimo y a nuestros hermanos cristianos, ya que esas son piedras angulares de nuestro discipulado. Comprometámonos a ser todos los días un ejemplo vivo del amor de Dios para las personas que Él ponga en nuestro camino. Que el amor de Cristo nos impulse «porque estamos convencidos de que […] murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos» (2 Corintios 5:14,15).

    Reflexiones

    Creo que Dios ama al mundo por medio de nosotros, por medio de ti y de mí.  Madre Teresa

    Instintivamente tendemos a limitar por quién nos esforzamos. Lo hacemos por personas que son como nosotros o que nos caen bien. Jesús eso no lo aprueba. Cuando retrató a un samaritano que socorrió a un judío, no podría haber hallado una forma más contundente de decir que cualquiera que tenga necesidad, sea cual sea su raza, sus simpatías políticas, su clase social o su religión, es nuestro prójimo. No todos son nuestros hermanos en la fe, pero todos son nuestro prójimo, y debemos amar al prójimo.  Timothy Keller

    Cada persona con quien nos tropezamos es amada por Dios. Es alguien por quien Jesús murió. Todas las personas con las que nos encontramos a lo largo del día —desconocidos, conocidos, amigos, familiares— ¡pueden sentir el amor de Dios a través de nosotros! Cada día tenemos la oportunidad de reflejar el amor de Dios.  Askaboutmyfaith.com

    Qué dice la Biblia

    «Amados, si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y Su amor se ha perfeccionado en nosotros» (1 Juan 4:11,12).

    «Si solo amas a quienes te aman, ¿qué recompensa hay por eso? Hasta los corruptos cobradores de impuestos hacen lo mismo.Si eres amable solo con tus amigos, ¿en qué te diferencias de cualquier otro? Hasta los paganos hacen lo mismo. Pero tú debes ser perfecto, así como tu Padre en el cielo es perfecto» (Mateo 5:46–48).

    «Sobre todo, tengan entre ustedes un ferviente amor, porque el amor cubre una multitud de pecados» (1 Pedro 4:8).

    Oración para amar al prójimo

    Amadísimo Señor, permíteme ser una bendición para el prójimo. No solo para los que están cerca de mí, sino también para aquellos con quienes me comunique, aunque estén lejos. Permíteme ser una buena samaritana para alguien hoy. Lléname de compasión para que sea portadora de buena voluntad hacia mis hermanos.

    Señor, dame fuerzas para vivir Tu mandamiento de amar. […] Que no cierre mi corazón a los necesitados. Que comparta las bendiciones que he recibido de Ti con aquellos que me las pidan. Que nunca pierda de vista cómo amar. […] Que las personas que encuentre en esta senda sean para mí oportunidades de vivir las enseñanzas de Cristo.

    Señor, te pido que abras mi corazón para recibir auténtico amor por Tus mandamientos. Enséñame a amarte por encima de todo y a amar al prójimo como a mí misma. Que siempre tenga la vista puesta en la esencia de Tu mandamiento de amar[4].


    [1] Gini Wietecha, «What God Says About Loving Others», Dayspring, 25 de agosto de 2023, https://www.dayspring.com/articles/loving-others-well?srsltid=AfmBOopdtkbOB8KU0CKhjKhVDsfMpiTzEZ7HKjXsHwPWxRs_y-rYtam6.

    [2] Shawn D. Anderson, Living Dangerously (Wipf and Stock, 2010).

    [3] Matt Erickson, «Self-Giving Love», 14 de junio de 2010, https://mwerickson.com/2010/06/14/self-giving-love/.

    [4] Pearl Dy, «How to “Love Your Neighbor As Yourself” as in Mark 12:31», Christianity.com, 24 de enero de 2023, https://www.christianity.com/wiki/bible/love-your-neighbor-as-yourself-bible-meaning-of-mark-12-31.html.

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  • Nov 11 1 Corintios: Capítulo 14 (versículos 26–40)
  • Oct 28 Vivir como discípulos, 5ª parte: Buscar primeramente el reino de Dios
  • Oct 14 1 Corintios: Capítulo 14 (versículos 1–25)
  • Sep 30 Vivir como discípulos, 4ª parte: Relación con Dios
  • Sep 16 Vivir como discípulos, 3ª parte: Permanecer en Cristo
  • Sep 1 Vivir como discípulos, 2ª parte: Amar a Dios con todo nuestro ser
  • Ago 7 1 Corintios: Capítulo 12 (versículos 12–30)
  • Jul 15 Vivir como discípulos: Introducción
  • Jul 1 1 Corintios: Capítulo 12 (versículos 1-11)
   

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