• Dios amó tanto al mundo. A cada persona.

  • Busquen primero Su reino.

  • Pon tu mano en la mano de Dios.

  • Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

  • Donde Dios está, hay amor. (1 Juan 4:7-8)

Áncora

Devocionales presentados de forma sencilla

  • Al dar se recibe

    Steve Hearts

    [Gaining by Giving]

    A menudo es bastante fácil hablar acerca de dar, pero hacerlo es todo un reto. Esto es especialmente cierto cuando dar implica algún sacrificio de nuestra parte. Es evidente, por ejemplos bíblicos y de la actualidad, que Dios honra a los que dan generosamente. En Marcos 12:41-44 vemos un claro ejemplo de eso.

    Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del Templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a Sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.»

    Muy probablemente algunos de aquellos ricos donaban más por obligación o por el deseo de ser reconocidos por sus donaciones, que por un sincero amor a Dios. No suponía un gran sacrificio de su parte, ya que lo que daban no afectaba significativamente a su abundante riqueza. En cambio, la viuda era pobre pero estaba dispuesta a dar todo lo que tenía. Tenía un corazón abnegado. Por eso la señaló Jesús y su donativo recibió ese elogio.

    Otro ejemplo es Elías y la viuda de Sarepta. Elías, el profeta de Dios, fue guiado por el Señor para quedarse por un tiempo en el «arroyo de Querit, al este del Jordán» (1 Reyes 17:3). Su provisión de agua provenía del arroyo y el Señor envió cuervos para que le llevaran comida cada día. Pero a raíz de una severa sequía, el arroyo al final se secó. De modo que el Señor le dijo a Elías:

    «Ve ahora a Sarepta de Sidón y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer». Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:

    —Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber.

    Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le pidió:

    —Tráeme también, por favor, un pedazo de pan.

    —Tan cierto como que el Señor tu Dios vive —respondió ella—, no me queda ni un pedazo de pan; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!

    —No temas —le dijo Elías—. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: «No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra».

    Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías (1 Reyes 17:9–15).

    La pobre viuda tenía bastantes razones para ignorar las palabras de Elías. A fin de cuentas era un completo extraño haciéndole una gran petición, una que podía costarle su última comida y la de su hijo. Hizo falta una gran fe de su parte para darle a él el último poco de comida que tenía, pero lo hizo. Y fue abundantemente recompensada por su generosidad.

    ¿Y el muchacho que le dio a Jesús los dos peces y los cinco panes? (V. Juan 6:5–13.) Seguramente se preguntó dónde iba a encontrar algo para comer una vez que hubiera entregado su almuerzo. Pero lo hizo de corazón, confiando en Jesús con una fe infantil, y recibió a cambio más que suficiente junto con el resto de la multitud.

    Puede ser más fácil dar con más liberalidad cuando no nos cuesta mucho. Pero el rey David se negó a «dar al Señor algo que no le costara nada» (v. 2 Samuel 24:24).

    Hace unos años oré específicamente por una guitarra Ovation. Apenas la conseguí, sentí que el Señor me animaba a que se la diera a otra persona que necesitaba una guitarra. Aquello me sorprendió y me pregunté cómo iba a poder ahorrar para conseguir otra para mí. Sin embargo, no tenía ninguna duda sobre lo que el Señor me estaba pidiendo que hiciera.

    Como una semana después de haber regalado la guitarra, me invitaron a cantar en la iglesia de un músico amigo mío que tenía una tienda de música. Cuando le dije que no tenía guitarra para tocar, me dijo: «No hay problema. Voy a escoger una de mi tienda para que la uses.» Y resultó que era una guitarra Ovation. ¡Yo estaba encantado!

    Al terminar el servicio, busqué a mi amigo para agradecerle y despedirme. Me dijo:

    —Ey, no olvides tu guitarra.

    —¿Perdón? —le dije con incredulidad.

    Me respondió:

    —Mientras cantabas el Señor me dijo claramente que te bendijera a ti y a tu obra misionera con esta guitarra.

    Cuando me fui de aquella iglesia me sentía en el séptimo cielo.

    Si bien puede que no siempre cosechemos bendiciones materiales por dar, nunca queda sin recompensa, aunque en ese momento las recompensas no sean tangibles.

    Escuché un relato dramatizado de un anciano llamado Jake. Tenía una fe sencilla y fuerte en Dios y sabía tocar la armónica. Vivía en una residencia de ancianos. Cierto día, recibió una carta de su sobrina en la que le decía que ella y su esposo habían hecho arreglos para que se fuera a vivir con ellos. El dinero para su pasaje estaba incluido en la carta. Quedó encantado.

    Al poco tiempo, otro residente del asilo, llamado Ed, recibió un telegrama que decía que su nieta había fallecido. Para remate de aquella desgarradora noticia, Ed no tenía dinero para viajar y asistir al funeral, así que Jake le dio el dinero que había recibido de su sobrina.

    Después Jake decidió hacer autostop para llegar a su destino. Lo recogió un joven llamado Clemente. Durante el viaje, el auto se averió y Clemente caminó hasta el pueblo más cercano en busca de repuestos. Dejó el auto al cuidado de Jake. Mientras Jake estaba sentado en el auto tocando su armónica, atrajo la atención de un hombre que vivía cerca. El amable señor lo invitó a su casa y le ofreció algo de comer, y Jake se hizo amigo de él y de su familia. Transcurrieron tres días y Jake pasaba la hora de las comidas con sus nuevos amigos, enseñándoles acerca del Señor y cómo orar.

    Clemente finalmente regresó con los repuestos del auto y una vez que volvieron a la carretera, se disculpó por haberse demorado tanto. Dijo que no pudo conseguir los repuestos de inmediato, así que mientras esperaba, se emborrachó. Luego le contó que su mujer y niños lo habían dejado a raíz de su problema con la bebida y que estaba en camino para tratar de conquistarlos nuevamente. Pero el licor le había ganado la partida y no sabía cómo sería capaz de dejar de tomar. Jake le habló acerca de Jesús y de Su poder sanador y oró con él. Clemente sintió un cambio sobrecogedor.

    Cuando Jake finalmente se reunió con su sobrina, se dio cuenta de lo feliz que estaba por cómo habían salido sus planes de viaje. Regalar su dinero le permitió darle una mano a un amigo necesitado y compartir su fe con las personas que encontró en el transcurso del viaje. Sabía que había hecho lo correcto al darle a Ed su dinero del viaje y a cambio había obtenido una bendición mucho más valiosa: almas conquistadas para el Señor.

    ¿Vale la pena sacrificarnos y dar a los demás? Por supuesto que sí. Jesús nos dijo: «Den y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida con que midan a otros, se les medirá a ustedes» (Lucas 6:38).

    Si das, no perderás. Aunque puede que no haya ninguna recompensa inmediata o aparente, algún día reconocerás las bendiciones —sean físicas o espirituales— que tu generosidad trajo a tu vida y a la de otras personas, y te alegrarás de haber dado.

    Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.

  • Ago 8 Dios nos moldea por medio del fracaso
  • Ago 7 Vienen mejores días (7ª parte)
  • Ago 5 Dios cuida a las viudas
  • Jul 31 Crecimiento en semejanza con Cristo
  • Jul 29 El abundante suministro de Dios
  • Jul 25 Cómo llorar con los que lloran
  • Jul 23 La historia de Ester, segunda parte
  • Jul 22 «Estoy haciendo algo nuevo»
  • Jul 16 La historia de Ester, primera parte
   

Rincón de los Directores

Estudios bíblicos y artículos edificantes para la fe

  • 1 Corintios: Capítulo 12 (versículos 12–30)

    [1 Corinthians: Chapter 12 (verses 12–30)]

    En la entrega anterior de esta serie vimos que en la primera parte de 1 Corintios 12, Pablo comienza a tratar el tema de los dones espirituales y su diversidad. En 1 Corintios 12:1-11, enumera algunos de estos dones y hace hincapié en que proceden del Espíritu Santo y deben ejercerse en beneficio de todos y para forjar unidad (1 Corintios 12:4-7).

    En la segunda mitad del capítulo 12, Pablo insiste en los temas de unidad y diversidad:

    Aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o no, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu (1 Corintios 12:12–13).

    En sus escritos Pablo se refiere en varias ocasiones a la iglesia como «el cuerpo de Cristo» para ilustrar la unidad, diversidad e interdependencia de los creyentes1. Lo hace señalando cómo el cuerpo de Cristo se asemeja al cuerpo humano en el sentido de que éste es una sola unidad, aunque tenga muchas partes. También explica cómo el cuerpo de Cristo se asemeja al cuerpo humano en su diversidad, y para enfatizar la diversidad dentro de la iglesia, menciona la diversidad racial y social y cómo cada una de ellas contribuye a la iglesia. Independientemente de lo que hubiera separado previamente a esas personas (judíos, griegos, esclavos y personas libres), todos habían sido unidos en Cristo, en un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu.

    Cierto comentador de la Biblia lo explica de la siguiente forma:

    Pablo entiende que existe un cierto sentido según el cual la unión divinamente construida (1 Corintios 12:13) de las muchas partes diversas —orgánicamente interrelacionadas, interdependientes, armoniosa y funcionalmente unidas en un solo cuerpo— constituye ahora, por medio del Espíritu Santo, la realidad de la presencia y actividad visibles de Cristo en el mundo2.

    La Iglesia se llama el cuerpo de Cristo porque Cristo es su cabeza (Colosenses 1:18), y cada miembro es parte de ese cuerpo (Colosenses 3:15). A todos se nos llama a hacer Su obra. A cada uno de nosotros se le dio dones diferentes, e independientemente de cuáles sean, todos somos importantes para la misión de llevar a Cristo a los perdidos y edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:4-6, 11-13).

    El cuerpo no consta de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: «Como no soy ojo, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo el cuerpo fuera oído, ¿qué sería del olfato? (1 Corintios 12:14–17).

    Pablo pasa a utilizar imágenes del cuerpo humano para demostrar la importancia de la consideración adecuada de todas las partes del cuerpo de Cristo. En primer lugar, ofrece una descripción imaginativa de las partes del cuerpo que se menosprecian a sí mismas. Un pie puede decirse a sí mismo que no pertenece al cuerpo porque no es una mano. Sin embargo, aunque piense así de sí mismo, no deja de ser una parte del cuerpo. Lo mismo ocurriría con una oreja que sintiera que no pertenece al cuerpo porque no es un ojo.

    Pablo señala que los creyentes no están separados del cuerpo de Cristo porque crean que tienen menos importancia o un puesto de servicio menor. Cada parte del cuerpo contribuye al todo. La capacidad de oír no existiría si todo el cuerpo fuera un ojo; el sentido del olfato desaparecería si todo el cuerpo fuera un oído.

    Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo (1 Corintios 12:18–20).

    Lo absurdo de esas escenas imaginarias recalca el hecho de que Dios dispuso las partes del cuerpo humano de acuerdo con Su sabiduría divina. Él las diseñó y determinó su composición tal como pretendía para cumplir un propósito; no debe cuestionarse la sabiduría de Dios al haberlo hecho así. Esa coordinación divina de las diversas partes es tan esencial para el funcionamiento del cuerpo que Pablo señala que si cada parte del cuerpo fuera una sola parte —todas ojos, todas oídos o todas pies— «¿dónde quedaría el cuerpo?» Evidentemente, no habría tal.

    Para reforzar esos conceptos, Pablo repite el tema de esta sección: Aunque los seres humanos tienen un solo cuerpo, éste necesita sus muchas partes. Cada una de ellas tiene su propia importancia.

    El ojo no puede decirle a la mano: «No te necesito». Ni puede la cabeza decirles a los pies: «No los necesito». Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son indispensables, y a los que nos parecen menos honrosos los tratamos con honra especial. Además, se trata con especial modestia a los miembros que nos parecen menos presentables, mientras que los más presentables no requieren trato especial (1 Corintios 12:21–24a).

    Pablo presenta situaciones en las que partes del cuerpo cuestionan si otras partes tienen valor. Dice que sería inconcebible que un ojo dijera a una mano: «No te necesito», o que la cabeza hablara así a los pies. Todo lo contrario: los ojos necesitan a las manos y la cabeza necesita a los pies. Aun las partes del cuerpo que parecen más débiles son importantes y necesarias.

    Las partes del cuerpo que la gente considera «menos honrosas» las tratan «con especial decoro». Es probable que esta expresión se refiera a la ropa y los adornos que se ponen en los dedos de las manos, los pies, los dedos de los pies y otras partes «menores» del cuerpo. Del mismo modo, la iglesia debe honrar especialmente a los miembros a los que se tiende a pasar por alto, que pueden ser pobres o incapaces de contribuir en la misma medida que los demás o carecen de posición social.

    Así Dios ha dispuesto los miembros de nuestro cuerpo, dando mayor honra a los que menos tenían, a fin de que no haya división en el cuerpo, sino que sus miembros se preocupen por igual unos por otros. Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él (1 Corintios 12:24b–26).

    Pablo señala que Dios dio mayor honra a los miembros del cuerpo que carecen de honra manifiesta. Hizo eso para asegurarse de que no hubiera división en la iglesia y para remarcar que todos los miembros deben tener la misma preocupación por los demás. Si un miembro sufre de dolor o enfermedad, entonces todos los miembros sufren con él. Cuando un miembro del cuerpo de Cristo recibe honra, cada parte del cuerpo se regocija con él. También, cuando un miembro es honrado y tratado con cuidado, todos los miembros deben regocijarse con él.

    Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de ese cuerpo (1 Corintios 12:27).

    Pablo utiliza la analogía del cuerpo humano para describir la iglesia como el cuerpo de Cristo, comenzando con la declaración de que los creyentes son el cuerpo de Cristo. Aunque utiliza esa metáfora para la iglesia en varias cartas, en este caso su atención se centra en la unidad, la diversidad y el honor de los distintos miembros del cuerpo de Cristo. Cada uno forma parte del cuerpo; sin excepción, cada persona que ha depositado su confianza en el Señor tiene un lugar en el cuerpo de Cristo.

    En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego los que hacen milagros; después los que tienen dones para sanar enfermos, los que ayudan a otros, los que administran y los que hablan en diversas lenguas (1 Corintios 12:28).

    Después de señalar que Dios colocó las partes del cuerpo físico en su lugar de acuerdo con Su diseño, Pablo pasa a enumerar algunas de las «partes» del cuerpo de Cristo. Por lo visto, enumera los tres primeros nombramientos en la iglesia en función de su importancia (apóstoles, profetas, maestros) y luego pasa a enunciar los otros cinco dones sin ningún orden en particular. Es posible que los haya ordenado de esa manera porque los apóstoles, profetas y maestros desempeñaban un papel importante en la edificación de la iglesia, a diferencia de los otros dones de milagros, sanidades, ayuda, administración y lenguas.

    Los apóstoles eran líderes que tenían un papel especial y único en la Iglesia, como testigos de la muerte y resurrección de Jesús, que llevaron el mensaje de Cristo fuera de Jerusalén y establecieron nuevas iglesias. Jesús llamó a los doce apóstoles originales (Mateo 10:2-4), y más tarde Matías sustituyó a Judas (Hechos 1:23-26). Posteriormente se añadió a Pablo a los Doce como apóstol a los gentiles (1 Timoteo 2:7). Otros creyentes fueron señalados como apóstoles, como Bernabé (Hechos 14:14) y Santiago, el hermano de Jesús (Gálatas 1:19). A otros —como Silas y Timoteo (Hechos 17:10-15), Andrónico y Junia (Romanos 16:7)—, no se los denominó específicamente apóstoles, aunque sí cumplieron la función de tales en el sentido formal de «alguien que es enviado».

    Los profetas del Nuevo Testamento tenían un papel diferente al de los profetas del Antiguo Testamento, que hablaban y escribían palabras que tenían la autoridad divina de las Escrituras. En el Nuevo Testamento la labor de redacción inspirada de las Escrituras corría a cargo de los apóstoles y de quienes los acompañaban en su ministerio. La palabra «profeta» en el Nuevo Testamento se refería más a menudo a cristianos corrientes que pronunciaban palabras inspiradas que transmitían el mensaje de Dios a los oyentes3. Algunos ejemplos de creyentes (además de los apóstoles) que recibieron profecías para animar, guiar y fortalecer a los creyentes son Judas y Silas (Hechos 15:32), las cuatro hijas de Felipe el evangelista (Hechos 21:9) y Ágabo, que profetizó sobre el encarcelamiento de Pablo en Jerusalén (Hechos 21:10-11).

    Los maestros también eran importantes. En los albores de la Iglesia los maestros eran como los rabinos judíos. Estudiaban las Escrituras y enseñaban a los fieles la verdadera doctrina. El coste de los libros copiados a mano habría sido elevado. Eran pocos los creyentes que habrían podido tener una copia personal de la Biblia, por lo que la función del maestro era importante4. Pablo también asocia el oficio de maestro con el de pastor (Efesios 4:11-13).

    A continuación Pablo habla de los dones más que de las personas que los ejercen, y enumera los milagros, los dones de curación, de ayuda, de administración y de hablar en lenguas. Los dones de milagros, sanidad y hablar en lenguas ya se mencionan en el mismo capítulo (1 Corintios 12:8-10), mientras que los dones de administración y de ayuda sólo se mencionan brevemente aquí y no se proporciona ninguna otra explicación al respecto en el Nuevo Testamento.

    ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones para sanar enfermos? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos? (1 Corintios 12:29–30)

    Pablo enumera una serie de preguntas retóricas sobre cada uno de esos oficios y dones, cuyas respuestas da por sentado que son negativas. Por medio de esas preguntas subraya una vez más la importancia de la diversidad, como señala el comentarista bíblico Leon Morris:

    La serie de preguntas retóricas, muy en el estilo argumentativo de Pablo, pone de relieve la diversidad. Los cristianos difieren entre sí por los dones que han recibido de Dios. No se puede despreciar ningún don por el hecho de que todos lo tengan, ya que todos difieren entre sí5.

    Que todos hagamos nuestros los conceptos de unidad, diversidad e interdependencia de los creyentes, «para edificar el cuerpo de Cristo y todos lleguemos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios» (Efesios 4:12-13).

    (El versículo 31 se incluirá en la próxima entrega.)


    Nota
    Salvo indicación contraria, todas las Escrituras se tomaron de la Nueva Versión Internacional, copyright © 1999 Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.


    1 V. por ejemplo, Romanos 12:4-5; Efesios 1:22-23, 3:6; Colosenses 1:24; 1 Corintios 12:27.

    2 Alan F. Johnson, 1 Corinthians, The IVP New Testament Commentary Series (IVP Academic, 2004), 230.

    3 Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Bible Doctrine (Zondervan, 1994), 1052–1055.

    4 Leon Morris, 1 Corinthians: An Introduction and Commentary, vol. 7, Tyndale New Testament Commentaries (InterVarsity Press, 1985), 157.

    5 Morris, 1 Corinthians, 158.

  • Jul 15 Vivir como discípulos: Introducción
  • Jul 1 1 Corintios: Capítulo 12 (versículos 1-11)
  • Jun 18 1 Corintios: Capítulo 11 (versículos 17–34)
  • May 20 1 Corintios: Capítulo 11 (versículos 2-16)
  • Abr 28 1 Corintios: Capítulo 10 (versículos 16-33)
  • Abr 8 1 Corintios: Capítulo 10 (versículos 1-15)
  • Abr 1 1 Corintios: Capítulo 9 (versículos 18-27)
  • Mar 23 1 Corintios: Capítulo 9 (versículos 1-17)
  • Feb 25 1 Corintios: Capítulo 8 (versículos 1-13)
   

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