• La oración es subir hasta el corazón de Dios. Martín Lutero

  • Amamos a Dios porque Él nos amó primero.

  • Nuestra misión. Llevar el mensaje al mundo.

  • La Tierra es del Señor y también todos los que viven en ella.

  • Oren sin cesar. Den gracias en todo.

Áncora

Devocionales presentados de forma sencilla

  • Ascenso lleno de incidentes

    Recopilación

    [The Adventurous Climb]

    Habacuc 3:17–19 expresa la fe del profeta ante tiempos difíciles: «Aunque la higuera no florezca ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo y los campos no produzcan alimentos; aunque en el redil no haya ovejas ni vaca alguna en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor. ¡Me alegraré en el Dios de mi salvación! El Señor y Dios es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas».

    Cuando corremos por las alturas con la ligereza de una cierva, pisando «las alturas», vivimos por encima de nuestras circunstancias. Dios nos da la gracia, el valor y la fuerza interior que necesitamos para perseverar y alcanzar nuevas alturas y experimentar nuevos panoramas. […] Y, como un ciervo en la ladera de una montaña, nos adentramos con valentía en lo que Dios nos ha pedido que hagamos. […]

    Dios es la Roca sólida que nunca falla (Salmo 144:1–2). Con las promesas de Dios como nuestra base sólida, podemos caminar con libertad y valentía, sin temor e impávidos como un ciervo que salta en las alturas.  GotQuestions.org1

    *

    Hace poco subí a la Montaña de la Mesa, aquí en Sudáfrica. ¡Qué maravilla! Una montaña de cima plana en plena ciudad, desde la que se ven ambos océanos y detrás de la cual se levanta una cadena montañosa llamada los Doce Apóstoles. Tiene más de 1.000 metros de altura, y su abundante y espectacular flora y fauna, rocas y acantilados, le otorgan una belleza singular. Sin embargo, lo que a mí más me fascina es la imponente vista.

    Nos lanzamos a la aventura de madrugada y llegamos al punto de partida justo antes del amanecer. Durante el ascenso contemplamos la salida del sol y el despertar de la ciudad. Nos encontramos con otras personas que también se dirigían a la cima, con la misma determinación de sacarle partido al día.

    Al principio la subida me costó mucho. Me faltaba aliento, y tuve que parar varias veces para beber agua y recobrar fuerzas. El resto del grupo siguió adelante. Me dio la impresión de que me estaba quedando rezagada. Mi marido —veterano en estas lides— se quedó conmigo para darme ánimo y asegurarme que me estaba desempeñando bien. Un par de veces hasta llegamos a alcanzar a los demás del grupo en un área de descanso, antes que reemprendieran la marcha.

    Con las piernas adoloridas, entre risas y en buena compañía, los lentos llegamos a la cima en poco menos de dos horas. Y allá arriba, ¡qué vista!

    Desde la cima se divisa toda Ciudad del Cabo, las montañas que la rodean, ambos océanos, valles, campos y llanuras más allá de la ciudad. Y más lejos aún, en la distancia, la siguiente cadena montañosa. La sensación de encontrarme rodeada de la hermosa creación de Dios fue extasiante, y me entusiasmé por haber cumplido mi objetivo.

    En ese momento me di cuenta de que había tenido que dar muchos pasos para llegar a la cima, a mi meta: más de 10.000 según mi podómetro. Pero también estaban los pasos psicológicos que había tenido que dar: prepararme, superar el miedo y la apatía, y perseverar cuando no me quedaban ganas de hacerlo. Esos pasos se asemejan a los que hay que dar para alcanzar un objetivo personal: calcular, planificar, ejecutar y seguir avanzando aunque el camino se ponga difícil. Siempre estará la tentación de rendirme a mitad de camino; pero si no pierdo de vista lo que me he propuesto y cuento con la ayuda de personas de ideas afines, mis metas se tornan alcanzables.

    La Montaña de la Mesa no es la única que vale la pena conquistar. Hay muchos otros objetivos que lograr y paisajes que contemplar. Lo que hay que hacer es abordarlos de uno en uno e ir adquiriendo experiencia sobre la marcha. En buena compañía y con mucho aliento, paso a paso, sin cejar en nuestro empeño, todos podemos alcanzar nuestras cumbres personales.  Ester Mizrany

    *

    Conocer a Cristo se parece un poco a escalar una montaña. Desde abajo se ve bien poco; la montaña misma parece apenas de la mitad de la altura que tiene en realidad.

    Al coronar la primera loma, el valle se agranda a nuestros pies.

    Si se continúa el ascenso, pronto se ve la campiña en un radio de seis o siete kilómetros, y uno queda encantado con la vista.

    Al seguir escalando, el panorama se amplía aún más, hasta que al alcanzar finalmente la cumbre y mirar hacia el este, el oeste, el norte y el sur, uno tiene prácticamente todo el país delante de sí. Hacia un lado se vislumbra un bosque en una comarca lejana, quizás a unos doscientos kilómetros; por el otro se divisa el mar, y por aquí un río centelleante y las chimeneas humeantes de una ciudad industrial, o los mástiles de las naves en un puerto de mucha actividad.

    Cuando comenzamos a creer en Cristo, vemos poco de Él. Cuanto más escalamos, más belleza descubrimos. Ya canoso, tiritando en un calabozo de Roma, Pablo pudo decir con mayor énfasis que nosotros: «Sé en quién he creído» (2 Timoteo 1:12), pues cada experiencia había sido como subir un cerro, cada prueba como alcanzar una cima, y su muerte equivaldría a coronar la cumbre de la montaña, desde donde contemplaría la plenitud de la fidelidad y el amor de Dios.  Adaptación de una lectura devocional de Charles Spurgeon (1834–1892)

    *

    «¡Qué penoso sería el ascenso si, al escalar, fijaras la vista en cada piedra y cada dificultad que enfrentas, y no vieras lo demás! Mientras que si considerases cada paso como un escalón que te conducirá a la cima de los logros, donde vislumbrarás un panorama bello y glorioso, entonces la escalada sería muy distinta».  A. J. Russell

    *

    En la vida, todos pasamos por circunstancias agobiantes. Si lo permitimos, esos momentos pueden recordarnos lo mucho que dependemos de Dios. Hay esperanza al recordar de dónde proviene nuestra ayuda:

    «A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 121:1,2).

    El Salmo 121 es un salmo «de ascenso», un cántico y plegaria que los israelitas de la antigüedad cantaban mientras se dirigían a Jerusalén para adorar a Dios en Su templo. En el camino, enfrentaron tierras inciertas y peligros. Sin embargo, al mirar hacia arriba, hacia la ciudad santa, ellos predicaban a su corazón con valentía, proclamaban que encontraban ayuda en Su Creador, no en la creación, ni en algún destino.

    Después de declarar con confianza quién les ayudaba, se recordaban a sí mismos cómo les ayudaría:

    El Señor no permitiría que resbalaran sus pies (Salmo 121:3).

    Él protegería y guardaría a Su pueblo (Salmo 121:7,8).

    El Señor nunca duerme, así que Su mirada vigilante siempre estaría sobre ellos, protegiéndolos del mal (Salmo 121:4).

    Independientemente del momento en que nos encontremos al pedir ayuda, Dios está siempre presente, sumamente interesado. También nosotros podemos ver más allá de lo que existe para admirar a nuestro Creador, y recordar que Jesús tiene poder ilimitado para salvarnos, guardarnos y llevarnos con seguridad a casa.

    Nuestro viaje no siempre será fácil. Sin embargo, Dios —que creó la montaña que tenemos por delante—, es mucho más grande que cualquier ascenso peligroso. Su trono está en lo alto, pero nos acompaña en lo bajo, y observa de manera soberana cada uno de nuestros pasos temblorosos. […]

    Es posible que el Señor no elimine todos los problemas que encontremos a este lado del cielo, pero camina con nosotros y escucha todos nuestros clamores.  Beth Knight2

    *

    Ten la disposición de subir esta montaña alta conmigo. A veces miras el pasado con nostalgia. A una etapa de tu viaje hace mucho tiempo. Añoras ese tiempo en que tu vida era más fácil, menos complicada. Sin embargo, quiero que lo reconozcas por lo que fue: un campamento base. Fue un momento y lugar de preparación para la ardua aventura que estaba delante de ti.

    La montaña que subes es sumamente elevada. La cima se oculta en las nubes, así que es imposible que sepas hasta dónde has subido y lo que te queda por recorrer. Sin embargo, cuanto más alto subas, mejor vista tendrás.

    Aunque cada día es un desafío y a menudo sientes cansancio, ¡dedica tiempo a disfrutar el magnífico paisaje! Este viaje conmigo te prepara para ver desde una perspectiva celestial que trasciende tus circunstancias. A medida que subes y te encuentras a mayor altura en la montaña, más empinado y difícil se vuelve el camino; pero también es mayor la aventura. Recuerda que a medida que llegues a un lugar más alto conmigo, estarás más cerca de tu objetivo final: ¡las alturas del Cielo!  Jesús3

    Publicado en Áncora en mayo de 2025.


    1 What does it mean that God makes our feet like the feet of a deer (Habakkuk 3:19)? GotQuestions.org, 4 de enero de 2022, https://www.gotquestions.org/feet-like-a-deer.html

    2 Beth Knight, «Si lo único que puedes orar es “Señor, ayúdame”», Proverbs31.org, 29 de febrero de 2024, https://proverbs31.org/es/lee/devocionales/texto-completo/2024/02/29/si-lo-unico-que-puedes-orar-es-senor-ayudame

    3 Sarah Young, Jesus Today (Thomas Nelson, 2012).

  • May 1 Vienen mejores días (1ª parte)
  • Abr 30 El hombre que cambió la historia de una nación
  • Abr 25 Olvidarse de uno mismo
  • Abr 24 Dedicar tiempo a lo que es importante
  • Abr 22 Rumbo al Cielo
  • Abr 21 Los dos constructores
  • Abr 16 La gloria de la Pascua de Resurrección
  • Abr 16 El Hijo tenía que resucitar: De ahí que la pascua era inevitable
  • Abr 14 Enseñanzas de la cruz
   

Rincón de los Directores

Estudios bíblicos y artículos edificantes para la fe

  • 1 Corintios: Capítulo 10 (versículos 16-33)

    [1 Corinthians: Chapter 10 (verses 16–33)]

    En la segunda parte de 1ª a los Corintios 10, Pablo empieza por subrayarles a los corintios que concurrir a comidas en templos paganos y participar en la cena del Señor son incompatibles.

    La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1 Corintios 10:16).

    La primera pregunta gira en torno a la copa de agradecimiento y el pan que comían, empleando términos similares a los relatos de la Cena del Señor (Mateo 26:26–28; 1 Corintios 11:23–26). Beber de la copa es tener comunión con la sangre de Cristo y comer el pan es comulgar con el cuerpo de Cristo. La palabra «comunión» se emplea también en el Nuevo Testamento para referirse a la comunicación y participación en común con Jesús (1 Corintios 1:9) y unos con otros (1 Juan 1:7).

    Puesto que el pan es uno solo, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; pues todos participamos de un solo pan (1 Corintios 10:17).

    Pablo destaca que, aunque los creyentes son muchos, constituyen un solo cuerpo, y que eso es cierto porque hay un solo pan que representa el cuerpo de Cristo, del que todos comulgan. En la prosa de Pablo, un solo cuerpo representa una frase técnica que alude a la unión espiritual, tanto la de los miembros con Cristo como la de los miembros unos con otros en Cristo. En Romanos, Pablo escribió: así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero todos somos miembros los unos de los otros (Romanos 12:5). Ya que los creyentes están unidos espiritualmente con Cristo, todos participan unos con otros de la unión espiritual con Él.

    Consideren al Israel según la carne: Los que comen de los sacrificios, ¿no participan del altar? (1 Corintios 10:18.)

    Cuando en el Antiguo Testamento se hacían ofrendas de acción de gracias o de paz, el altar era una mesa en la que se sacrificaban alimentos a Dios y los sacerdotes comían de las ofrendas (Levítico 6:17,18). Pablo recalcó que los que comían dichos sacrificios tomaban parte en la trascendencia espiritual del altar del templo. Asimismo, quienes participan en la Cena del Señor fraternizan con Dios.

    ¿Qué, pues, quiero decir? ¿Que lo que es sacrificado a los ídolos sea algo, o que el ídolo sea algo? Al contrario, digo que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y no a Dios. Y yo no quiero que ustedes participen con los demonios (1 Corintios 10:19,20).

    Ya anteriormente en esta epístola Pablo había expuesto que las religiones paganas son falsas y que sus sacrificios no están consagrados a dioses verdaderos, puesto que «el ídolo nada es en el mundo» y «no hay sino un solo Dios» (1 Corintios 8:4). Al mismo tiempo matizó su argumento diciendo que existen, sí, esos a los que llaman dioses, sea en el cielo o en la tierra —y son, por cierto, muchos esos dioses y señores— (1 Corintios 8:5,6). En este versículo Pablo explica más a fondo lo que quería decir. Insinúa que algo sobrenatural sí actúa en los sacrificios paganos y que en última instancia estos están consagrados a los demonios y no a Dios. De manera que cuando la gente ofrece sacrificios a los ídolos no se puede dar por sentado que está participando en una actividad que carece de sentido.

    Pablo señala que los paganos no ofrecen sacrificios a dioses que los cristianos deban temer, y que en ese sentido, un ídolo no es nada y la comida ofrendada a los ídolos tampoco es nada. No obstante, el apóstol afirma que los sacrificios de los paganos estaban dedicados a los demonios e insiste en que los creyentes de Corinto no sean partícipes de los demonios.

    No pueden beber la copa del Señor y la copa de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (1 Corintios 10:21).

    Pablo señala de nuevo la incompatibilidad del cristianismo con la idolatría. «La copa del Señor» representa la comunión que los creyentes tienen con Cristo mediante Su sacrificio en la cruz. Simbolizaba la sangre de Cristo derramada para el perdón de pecados. Esa copa es símbolo salvación. Había casos en que los cristianos quizá podían comer alimentos ofrecidos a los ídolos sin pecar, como cuando se vendía carne en el mercado. Eso, sin embargo, no debe hacerse extensivo a la participación en festivales religiosos paganos en los que se practican cultos idólatras.

    ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Seremos acaso más fuertes que Él? (1 Corintios 10:22.)

    Pablo manifiesta ese argumento claramente cuando procede a preguntar a los corintios si acaso pretenden provocar a celos al Señor y si se consideran más fuertes que Él. A Dios se lo retrata en la Biblia como un marido posesivo (Jeremías 31:32; Ósea 2:1–13), que exige lealtad a Su pueblo. Los corintios debían dejar de practicar la idolatría, pues se arriesgaban a desencadenar la ira de Dios, así como lo hicieron los israelitas gobernados por Moisés.

    Todo me es lícito, pero no todo conviene. Todo me es lícito, pero no todo edifica. Nadie busque su propio bien, sino el bien del otro (1 Corintios 10:23,24).

    Aquí Pablo parte con un eslogan muy en boga entre los corintios de la época y que ya había mencionado en 1 Corintios 6:12: Todo me es lícito. Esa consigna encierra cierta verdad, ya que los cristianos tienen mucha libertad en Cristo. Así y todo, el dicho se debe contrapesar, lo cual hizo Pablo cuando añadió que no todas las cosas convienen o son provechosas. En este pasaje él limita la aplicación de la libertad a cosas que aprovechen o edifiquen a la comunidad cristiana y condiciona los actos de la persona a lo que procure el bien del otro. Ya antes Pablo había subrayado el principio de que los creyentes no debían buscar su propio bien, sino el bien ajeno y la promoción del evangelio (1 Corintios 9:19–23).

    Coman de todo lo que se vende en la carnicería, sin preguntar nada por motivo de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud (1 Corintios 10:25,26).

    Pablo enseñó que los cristianos pueden comer cualquier carne que adquieran en el mercado siempre y cuando no surja la cuestión de la idolatría. Si llegara a salir el tema del sacrificio a los ídolos, los creyentes debían entonces refrenarse de comer por consideración a otros. En las carnicerías de Grecia se vendían algunas carnes previamente dedicadas a un ídolo; otras, sin embargo, nunca habían sido consagradas. Los carniceros no siempre hacían patente esa diferencia.

    Los rabinos imponían restricciones a los judíos que vivían en ciudades paganas como Corinto, y estos debían asegurarse de no comprar carne de ninguna tienda, salvo de las que se adherían a las leyes alimentarias judías. Ese, sin embargo, no era el criterio de Pablo. Su posición consistía en que los creyentes podían comer cualquier carne sin suscitar dudas en cuanto a si esta había sido sacrificada a un ídolo. Citó el Salmo 24:1, «del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella», para reafirmar que Dios es el único Dios verdadero de todas las cosas y que los ídolos son insignificantes. Los creyentes podían comer carne sin tener que preocuparse por el historial de la misma.

    Si algún no creyente los invita, y quieren ir, coman de todo lo que les pongan delante, sin preguntar nada por motivo de conciencia. Pero si alguien les dice: «Esto ha sido sacrificado en un templo», no lo coman, por causa de aquel que lo declaró y por motivo de conciencia. Pero no me refiero a la conciencia tuya, sino a la del otro (1 Corintios 10:27-29a).

    Luego de hablar de la carnicería, Pablo pasa a analizar situaciones en que los creyentes eran huéspedes en hogares de personas no creyentes. Los cristianos pueden comer cualquier cosa que se les sirva sin conflictos de conciencia. Sin embargo, si alguien llegara a decir que la carne se había ofrecido en sacrificio a un ídolo, los creyentes no debían comerla por razones de conciencia, es decir, por consideración a la persona que les avisó. Comer en esas circunstancias podía dar la impresión de que se aceptaba la idolatría. Según este consejo del apóstol, los cristianos deben tener cuidado de no hacer uso de su libertad en perjuicio de otros, ni para su propio reproche. Al comer y beber, y en todo lo que hagamos, nuestro objetivo debe ser la gloria de Dios, agradarlo y honrarlo.

    Pues, ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por la conciencia de otro? Si yo participo con acción de gracias, ¿por qué he de ser calumniado por causa de aquello por lo cual doy gracias? (1 Corintios 10:29b,30.)

    Pablo pregunta por qué debe hacer algo que permita que su libertad sea juzgada por la conciencia de otra persona. Los cristianos tienen la libertad para consumir carne sacrificada a los ídolos, mas no deben recurrir a esa libertad cuando ofende la conciencia de otro. Si un anfitrión incrédulo no menciona el historial de la carne, los cristianos son libres de comerla. Pablo expresa que los cristianos pueden dar gracias y comer carne posiblemente sacrificada a los ídolos. Pueden tomar parte de la comida con acción de gracias.

    Por tanto, ya sea que coman o beban, o que hagan otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios. No sean ofensivos ni a judíos, ni a griegos, ni a la iglesia de Dios, (1 Corintios 10:31,32)

    En ese momento el apóstol resume el argumento que expuso en este capítulo. En primer lugar, ya sea que los creyentes consuman o no la comida o la bebida, deben hacerlo todo para la gloria de Dios. La principal aspiración de los seres humanos es la gloria de Dios; honrarlo debe ser la principal preocupación de quienes lo aman. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5)[1].

    En segundo lugar, bien si los creyentes acepten comer o no, no deben hacer tropezar o pecar a otros ni estorbar la receptividad de alguien al evangelio. Ese cuidado por los demás se aplica a judíos, griegos y a la iglesia. Pablo probablemente mencionó esos grupos porque cada uno de ellos planteaba distintas consideraciones. Tanto los judíos como los griegos eran incrédulos en cuanto a las enseñanzas de Cristo; no obstante, cada grupo tenía distintos valores morales y expectativas. Aparte eso, el principio del amor al prójimo debía también aplicarse a la iglesia aun por otros motivos.

    así como yo en todo complazco a todos, no buscando mi propio beneficio sino el de muchos, para que sean salvos. Sean ustedes imitadores de mí; así como yo lo soy de Cristo (1 Corintios 10:33,11:1).

    Pablo pone fin a esta sección recordando a sus lectores que no les exigiría nada que él mismo no estuviera dispuesto a hacer. Les recordó que él procuraba complacer a todos en todo. Se proponía servir a otros, no porque procurara su propio bien, sino el bien de muchos, o más concretamente, que se salvasen. El compromiso de Pablo con la salvación de los perdidos lo llevó a subestimar sus preferencias y libertades personales por el bien de los demás.

    A raíz de la coherencia con que cumplía su servicio, Pablo se sentía calificado para animar a los corintios a seguir su ejemplo, así como él seguía el ejemplo de Cristo. Cristo renunció a Su libertad y honor humillándose a sí mismo hasta el punto de morir en la cruz con tal de salvar a otros (Filipenses 2:5–8). Pablo alentó a los corintios a acordarse del sacrificio de Cristo como modelo de amor y desvelo por los demás. «Sean bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándose unos a otros como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo. Por tanto, sean imitadores de Dios como hijos amados» (Efesios 4:32–5:1).


    Nota

    A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


    [1] Véase también Mateo 22:37.

     

  • Abr 8 1 Corintios: Capítulo 10 (versículos 1-15)
  • Abr 1 1 Corintios: Capítulo 9 (versículos 18-27)
  • Mar 23 1 Corintios: Capítulo 9 (versículos 1-17)
  • Feb 25 1 Corintios: Capítulo 8 (versículos 1-13)
  • Feb 20 1 Corintios: Capítulo 7 (versículos 17-40)
  • Feb 4 1 Corintios: Capítulo 7 (versículos 1-16)
  • Ene 24 1 Corintios: Capítulo 6 (versículos 1-20)
  • Dic 23 Practiquemos todas las virtudes
  • Nov 26 Virtudes de los seguidores de Cristo: dominio propio
   

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