Tesoros
[Trusting God in Every Season of Life]
La Biblia enseña que «hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo». Este pasaje da ejemplos de esas temporadas, como tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo para derribar y tiempo para construir; tiempo de llorar y tiempo de reír; y tiempo de estar de duelo (Eclesiastés 3:1–7). En la Biblia abundan los relatos de personas que soportaron muchas cosas, tuvieron altibajos, triunfos y pérdidas. Los relatos del Antiguo Testamento de quienes llegaron al cuadro de honor de Dios —en el capítulo 11 de Hebreos— son de los que se aferraron a su fe y pusieron su confianza en Dios en cada etapa de la vida.
La realidad es que en esta vida todos —también los cristianos— enfrentaremos problemas, dificultades, desafíos, enfermedad, angustia, tragedia y pérdida. Cuando pasamos por etapas difíciles, tal vez nos cuesta comprender las razones por las que Dios permite algo en nuestra vida o en el mundo que nos rodea. ¿Por qué Dios no resuelve todos nuestros problemas y nos protege a nosotros y a otras personas de todo el dolor, sufrimiento y pérdida? ¿Por qué no hace que esta vida sea sin dolor y perfecta como ha prometido que será nuestra vida eterna en el Cielo? ¿Por qué debemos soportar dificultad y sufrimiento?
La respuesta más breve es que nuestro tiempo en la Tierra es un campo de pruebas, donde crecemos en la fe, nos acercamos a Dios y con el tiempo somos transformados a fin de ser más como Jesús (2 Corintios 3:18). Los problemas hacen que acudamos al Señor y dependamos más de Él. Nuestras experiencias en esta vida nos enseñan amor, compasión y empatía hacia el prójimo y nos preparan para ayudar y servir a otros de mejor manera (2 Corintios 1:4). Los problemas son para fortalecernos e instruirnos, y para que aumente nuestra fe y confianza en Dios, además de ayudarnos a tener más compasión por los demás.
En su primera epístola, el apóstol Pedro señaló que los creyentes han nacido para tener «una esperanza viva» por medio de la resurrección de Jesucristo. Añadió: «Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1 Pedro 1:3–7).
En su escrito, Santiago llegó a animar a los creyentes a considerarse «muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia» (Santiago 1:2,3). En varias traducciones se emplean otras palabras, como paciencia y aguante. Más adelante en el capítulo, Santiago destaca la recompensa de aguantar: «Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba porque, cuando haya sido probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que lo aman» (Santiago 1:12).
Lo que Dios ha prometido
Dios no ha prometido
cielos siempre azules,
ni que la vida toda sea
senda de flores y perfumes.
Dios no ha prometido
sol sin chaparrones,
alegría sin dolor,
paz sin tribulaciones.
Pero sí ha prometido
fuerzas para cada día,
descanso a su tiempo,
luz para la travesía,
gracia en las pruebas,
ayuda del Cielo,
inagotable compasión
y amor imperecedero.
Annie Johnson Flint (1866–1932)
Aprendizaje a lo largo de la vida
La vida es una experiencia de aprendizaje. Para los que conocemos y amamos a Jesús, Él es nuestro maestro. Quiere que lo entendamos mejor a Él, Su amor y salvación; y que les seamos de mayor utilidad a Él y a los demás.
Dios sabe que no podemos depender únicamente de nuestra fuerza y sabiduría para llevar a cabo Sus propósitos. De hecho, Jesús dijo: «El que permanece en Mí, como Yo en él, dará mucho fruto; separados de Mí no pueden ustedes hacer nada» (Juan 15:5). La Biblia también dice que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Filipenses 4:13). Así que sabemos que el Espíritu de Dios nos dará poder para hacer las buenas obras que Él dispuso de antemano a fin de que las lleváramos a cabo (Efesios 2:10).
Por supuesto, aprender a encomendar a Dios nuestros caminos, pensamientos y acciones no es algo que se aprenda de la noche a la mañana. Hace falta tiempo y experiencia; a menudo requiere enfrentar desafíos, dificultades, fracasos y aparentes derrotas. En la Biblia se encuentran muchísimos relatos de personas a las que Dios permitió que enfrentaran dificultades y enormes desafíos en preparación para el cumplimiento de Su plan. Necesitaban aprender a poner su confianza en Dios, incluso cuando todo parecía ir en contra de lo que esperaban.
Un ejemplo de ello es la vida de José en el Antiguo Testamento. Jacob tenía doce hijos y José era su favorito. Los hermanos mayores estaban tan celosos de José que casi lo mataron. Lo arrojaron a un pozo y luego lo vendieron como esclavo. Lo llevaron a Egipto, donde fue esclavo y más adelante condenado a prisión como un delincuente. Sin embargo, gracias a la intervención de Dios, José llegó a ser el segundo hombre más poderoso de Egipto. Dios se valió de él para salvar a Su pueblo de la hambruna.
Más adelante, cuando los hermanos de José se encontraron con él, arrepentidos de lo que le habían hecho, José replicó: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (Génesis 50:20,21). Lo que José soportó en las etapas muy difíciles de su vida fue parte de lo que el Señor preparó. Todo fue a fin de que se llevaran a cabo las buenas obras que Dios quería que hiciera.
Pensemos en el apóstol Pablo: era un líder judío con futuro. Entonces se llamaba Saulo. Se encargaba de poner fin a la secta de los seguidores de Jesús de Nazaret, la cual que crecía rápidamente (Hechos 22:1–5). Cuando viajaba a caballo hacia Damasco, donde pretendía capturar, poner en prisión y ejecutar a tantos cristianos como pudiera, de repente una luz del cielo brilló a su alrededor; cayó al suelo ante esa luz brillante de la presencia de Cristo (Hechos 9:3–5). El propio Jesús le dijo a Saulo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Los hombres que viajaban con Saulo también oyeron la voz, pero no vieron a nadie (Hechos 9:5–7).
Indefenso y ciego, Saulo tuvo que ser guiado de la mano hasta la ciudad; estaba atónito por lo que le había pasado y no pudo comer ni beber por tres días. El Señor le dio instrucciones a un discípulo llamado Ananías. En una visión, Dios le dijo a Ananías que fuera a ver a Saulo. Al principio se resistió, debido a que Saulo perseguía a los creyentes. Pero el Señor le mandó que fuera, diciéndole: «Ese hombre es Mi instrumento escogido para dar a conocer Mi nombre tanto a las naciones y a sus reyes como al pueblo de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por Mi nombre» (Hechos 9:13–16).
Entonces Ananías fue y oró por Saulo, que recuperó la vista, se convirtió y llegó a ser el apóstol Pablo (Hechos 9:17–19). Dios tenía una misión y plan para Pablo. Sin embargo, a fin de llevar a cabo Su buen propósito en la vida de Pablo, él pasaría por muchas pruebas y dificultades, lo cual lo prepararía a fin de que Dios pudiera valerse de él para establecer la iglesia primitiva, llevar el evangelio a los gentiles y presentarse con denuedo delante de gobernantes y autoridades. (Véase Hechos 23 y 24.)
Así pues, incluso si no siempre entendemos por qué estamos viviendo una temporada de lucha, pruebas, dificultades y quebrantamientos, ¡es importante recordar que Dios tiene un propósito y sabe lo que hace (Jeremías 29:11)! El Señor obra por medio de las temporadas más difíciles de nuestra vida a fin de dejarnos importantes enseñanzas que no aprenderíamos de otra forma y para que crezca nuestra fe en Dios y amor por Él y otros. Anímense, pues, con esos ejemplos de la Biblia. No se desanimen si todo parece desmoronarse o se frustran sus esperanzas o están pasando por un momento difícil.
Asimismo, es importante recordar que en muchos casos no podemos ver las cosas como Dios las ve, pues «como son más altos los cielos que la tierra, así Mis caminos son más altos que sus caminos, y Mis pensamientos más altos que sus pensamientos» (Isaías 55:8–9). Dios no nos juzga ni nos recompensa según nuestro éxito o fracaso, sino según nuestra fidelidad, como Jesús enseñó en la parábola de los talentos (Mateo 25:14–29). Algún día en el Cielo, el Señor dirá a los que le fueron fieles: «Bien, siervo bueno y fiel. Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21). No dirá «siervo exitoso», sino «siervo fiel».
Independientemente de la temporada de la vida en la que te encuentres, puedes tener la certeza de que al ser hijo de Dios, estás en Sus manos (Juan 1:12–13). Has nacido de nuevo en una esperanza viva. Hay una herencia que se guardó para ti en el Cielo y que no perecerá, no se echará a perder ni se desvanecerá. Estás protegido mediante la fe y por el poder de Dios (1 Pedro 1:3–5). El Dios del universo es tu Padre y Él te llama Su hijo. Jesús te ha llamado Su amigo y te ha amado tanto que sufrió y murió para tu redención eterna (Juan 15:9–15).
En la Biblia Dios nos ha dado muchas promesas de Su protección, provisión y cuidado. A fin de fortalecer nuestra fe, es importante que dediquemos tiempo a estudiar la Palabra de Dios. La Biblia nos dice que así como los recién nacidos desean ser alimentados, deberíamos desear la leche pura de la Palabra de Dios, de modo que crezcamos por ella (1 Pedro 2:2). Aunque la Biblia tal vez no dé respuestas específicas a toda situación o época a la que nos enfrentemos, nos enseña los principios divinos para afrontar los retos de la vida de manera que complazca a Dios y bendiga a los demás.
«Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por Su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir con devoción. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes […] lleguen a tener parte en la naturaleza divina» (2 Pedro 1:3,4).
Publicado en Áncora en junio de 2025.
